Cojo un diccionario y busco la palabra,
pero no la encuentro,
cojo otro diccionario,
pero tampoco está allí,
desisto,
no quedan lenguas a esta humanidad,
no quedan diccionarios,
escritos, impresos o desconocidos,
dónde buscar esa palabra,
que te represente,
dónde encontrar ese término,
que te denomine.
A la luz de una candela,
pluma y tinta tomo,
y garabateando me sitúo,
una palabra tras otra,
de un idioma tras otro,
pero mi memoria me traiciona,
como antes diccionarios.
Pienso,
más fácil fuera,
tus virtudes escribir,
que en una sola palabra entornarte,
y comienzo,
página tras página,
pergamino tras pergamino,
papiro tras papiro,
y sin fin,
sin plumas y sin tinta me quedo,
sin soporte pues hasta la mesa,
escrita hállase.
Clamo al viento lo que siento,
grito al cielo tu nombre,
y éste furibundo de envidia,
truena y relampaguea,
pues de él escapaste,
cuál ángel a la tierra,
y allí reclaman tu pertenencia.
Más no es justo tan mortal sentimiento,
en tan inmortal alma,
que con palabra no te describe,
y con tinta no te escribe,
pues prendada estoy,
inmersa en tu mirada,
hundida en tu sonrisa,
muerta en tu nombre.
Sí, muerta, pues al cielo clamo,
no te lleven,
y mi alma entrego a los infiernos,
si existe palabra que te describa,
y yo no la he encontrado,
si existe término que te denomine,
y yo no lo he hallado.
Pues, tal es mi fe,
que tan bello ángel no posee,
ni término,
ni palabra.
¿Por qué a veces aguantamos tanto?
Hace 5 años
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